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sociología del siglo XX desemboca en Pierre Bourdieu. Acompañó
el auge estructuralista de los años sesenta, el giro de los
estudios antropológicos exóticos para refundar la mirada
sociocultural sobre la modernidad europea, contribuyó a la
renovación del marxismo fuera de los altares en que se disputaba
cómo ritualizar su crítica al capitalismo. En los mismos
años en que el marxismo imaginaba su reciclamiento como un
esfuerzo hermenéutico y especulativo, althusseriano en Francia,
gramsciano en Italia, el autor de "La reproducción" y "La distinción"
buscó en estudios empíricos la información y
el estímulo para retomar sin ortodoxias el impulso crítico.
Al alejarse de las áreas consagradas como estratégicas
por la izquierda clásica, descubrió en la práctica
de la fotografía y la asistencia a los museos, en la violencia
simbólica de la escuela y los hábitos que nos distinguen
en el deporte y la moda claves de la organización del poder
que el economicismo había excluido o maltratado. Demostró
con rigor e imaginación que no hay temas indignos o insignificantes
para las ciencias sociales. Mostró para el pensamiento crítico
la fecundidad de pensar por la izquierda los temas de la derecha.
Las encuestas dejaron de verse como alternativas a los estudios etnográficos
y a la inversa.
La reflexión estética encontró en la obra de
Bourdieu la fundamentación más sólida de la autonomía
de los campos artísticos y literarios, al tiempo que su lectura
social de la formación del gusto exhibió cuánto
más se comprende del sentido cultural de Marcel Proust y Claude
Lévi-Strauss si se los analiza junto con Petula Clark y los
muebles Knoll, las preferencias gastronómicas y la cosmética
femenina.
¿Por qué una obra dedicada a desentrañar exhaustivamente
la modernidad tardó más de treinta años en ocuparse
de esos protagonistas del siglo XX que son las industrias culturales?
Salvo las investigaciones sobre fotografía, un artículo
de 1973, "Le marché des biens symboliques", y apenas seis páginas
sobre la televisión en esa enciclopedia de la cultura cotidiana
francesa que fue "La distinción", dedicó miradas breves
y displicentes a la cultura popular y a la masiva, que alejaban a
colegas y discípulos, como Jean Claude Passeron y Claude Grignon,
autores de una de las refutaciones mas rotundas a la obra bourdienana.
Estas críticas, que tuvieron un desarrollo simultáneo,
y a veces anterior, en América latina (hubo textos cuestionadores
de Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Jesús Martín Barbero
y Sergio Miceli antes que en Francia), no limitaron el eco de Bourdieu
en la reorientación de nuestros estudios sociológicos
y comunicacionales, sobre todo en Argentina, Brasil y México.
Al conocer las conferencias de 1996, en que finalmente se ocupó
de la televisión, nos desconcertó que estuviera más
indignado por las amenazas a la autonomía de su oficio que
por entender la lógica televisiva (aceptó darlas en
TV, con la promesa de que se evitara toda búsqueda formal de
encuadre y enfoque, sin usar ilustraciones ni cuadros estadísticos).
Su suspicacia de que "se pueda pensar en medio de la velocidad" mediática
dejó una paradójica herencia en discípulos más
sensibles a las funciones lúdicas y de entretenimiento de la
comunicación masiva, a la variedad de recepciones y gustos
posmodernos, que usaron sus obras sin reducir, como él, la
televisión al "campo periodístico", o sea a su dimensión
"racionalizada", ni trazaron cordones sanitarios tan rígidos
entre discursos gnoseológicos y comunicacionales.
Sin embargo, el sociólogo intelectualista que supo reconocer
en su libro mayor, "El sentido práctico", que la lógica
con que pensamos y actuamos en la sociedad, o sea el habitus, está
arraigada en el cuerpo, y que en "La miseria del mundo" escuchó
los atropellos de la mundialización en la vida personal, supo
acercarse a los movimientos sociales y contribuir a la reinvención
del intelectual crítico. "La lógica de mi trabajo",
explicó en uno de sus últimos textos, "me llevó
a trascender los límites que me había asignado en nombre
de una idea de la objetividad que se me ha presentado como una forma
de censura". En 1990, caído el muro berlinés, Bosnia
en ruinas, siendo el proceso de unificación europea una mezcla
de triunfalismo capitalista y creciente desempleo, comienza el proyecto
de "Liber", primero una "revista europea de libros" que, sin ceder
en rigor intelectual, fue priorizando la representatividad política
y cultural de autores de muchas lenguas y tradiciones interesados
en repensar los colapsos de sus naciones. Viajó más
que nunca, habló en actos sindicales, discutió con educadores
de Europa oriental y Japón, con economistas críticos
y neoliberales, puso en diálogo a escritores, plásticos,
cineastas, políticos y líderes sociales, consiguió
que esas polémicas fueran publicadas no sólo en las
lenguas hegemónicas de la globalización sino en búlgaro,
griego, húngaro, noruego, turco y portugués.
Su teoría sociologica, que sigue siendo una de las dos o tres
que importan porque persisten los dilemas de la modernidad, en los
últimos años desbordó las dificultades para pensar
los acontecimientos que no cabían en su análisis de
un tipo de modernidad: la ilustrada. Su ambición de pensar
interrelacionada y críticamente todos los campos sociales es
indispensable cuando la celebración posmoderna de los fragmentos
no es la vía para entender cómo el "totalitarismo" de
los mercados despedaza lo social.
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