ra
un hombre con la ira más amable que se ha visto nunca. Pierre Bourdieu
lo encontraba prácticamente todo mal. Los periodistas éramos una bullanga
de tontos, encima, inútiles; la gran mayoría de sus pares -que a él
le parecían impares- vivían subyugados por el brillo mediático; lo
que pasaba por filosofía contemporánea era un potaje incomestible
al servicio de una variedad de Molochs entre bastidores o incluso
a plena luz del día; el arte, la literatura, lo que podría llamarse
velocidad de crucero de casi cualquier ocupación intelectual, respondía
en realidad a conspicuos intereses del más rancio statu quo,
o de la involución más desvergonzada. Y todo ello era misteriosamente
compatible con la mayor dulzura de trato personal, con una extrema
generosidad hacia el ser humano, no sólo lejano como tanto intelectual
dedicado a la firma de manifiestos, sino también eminentemente próximo.
Era tan sosegada e irreverentemente crítico que uno se sorprendía
al comprobar que, pese a ello, siempre le deseaba a todo el mundo
lo mejor, que su durísima opinión sobre el universo mundo era un particular
sentimiento trágico de la vida, pero nunca un planteamiento vital,
en el terreno de los hechos.
Tuve la oportunidad de trabajar con él con alguna regularidad durante
unos años en un suplemento internacional de pensamiento al que podría
decirse que acabó fallándole la intendencia. O sea, que todos éramos
muy buenos, pero el mundo no nos comprendía. Una vez osé decirle que
a sus libros no les vendría mal una corrección de estilo para humanizarlos
en toda su desconstrucción, y estoy seguro de que el comentario no
le molestó en absoluto. Sólo sonrió con reservada benevolencia.
Siempre sintió un afecto particular por España, y hablaba nuestra
lengua con razonable soltura y aún mejor conocimiento, y en la galería
de personajes con los que se declaraba en deuda figuraba Julio Caro
Baroja, de quien decía que cuando él, Bourdieu, era sólo un joven
sociólogo, tímido debutante en el foro de los seminarios internacionales,
le había pastoreado de la mano por ese mundo, que él luego juzgaría
exhibicionista y algo casposo, para que no hiciera más enemigos de
lo estrictamente necesario. Lo suyo era decirnos con ternura y simpatía
genuinas que las cosas no podían ir peor. Y resultaba convincente.
Pierre
Bourdieu, un homme bon.
Miguel
Angel Bastenier**
El País, Madrid. Traduction : Courrier International
eu
d’hommes auront été d’une si grande bonté jusque
dans leurs colères. Pierre Bourdieu ne trouvait quasiment rien
à son goût. Nous autres journalistes n’étions
qu’une bande d’imbéciles, bons à rien de surcroît.
La grande majorité de ses pairs - qu’il considérait
plutôt comme des impairs - vivaient dans l’éblouissement
des paillettes médiatiques. Ce qui passait pour de la philosophie
contemporaine n’était qu’un brouet indigeste servi à
des Molochs évoluant en coulisse, quand ce n’était pas
à la lumière du jour. Pour lui, l’art, la littérature
ou toute activité intellectuelle ayant atteint ce qu’on pourrait
appeler sa vitesse de croisière répondait aux intérêts
du statu quo le plus rance, voire de la réaction la plus éhontée.
Et tout cela allait mystérieusement de pair avec la plus grande
douceur dans les rapports personnels, avec une vraie générosité
envers l’être humain. Lointain comme tant d’intellectuels occupés
à signer des manifestes, l’homme n’en était pas moins
éminemment proche. Son irrévérence était
si paisible qu’on s’étonnait de voir que, malgré tout,
Bourdieu souhaitait toujours le plus grand bien à tout le monde.
L’opinion très dure qu’il se faisait du monde répondait
à un sentiment tragique de la vie qui n’appartenait qu’à
lui. Mais cela n’avait pas d’incidence dans la vie, dans le domaine
des faits.
J’ai eu l’occasion de travailler avec lui assez régulièrement
pendant quelques années dans une revue internationale d’idées
["Liber, revue internationale des livres"]. C’est-à-dire que
nous étions tous bons, mais que le monde ne nous comprenait
pas. Un jour, je me suis permis de lui dire qu’une petite correction
de style ne ferait pas de mal à ses livres, pour les humaniser
dans leur déconstruction, et je suis sûr que ce commentaire
ne l’a nullement dérangé. Il s’est contenté de
sourire avec une bienveillance réservée.
Il a toujours ressenti une tendresse particulière pour l’Espagne,
et il parlait notre langue avec une certaine aisance, doublée
d’une réelle connaissance. Dans la galerie des personnages
dont il se sentait redevable figurait [l’anthropologue et historien
espagnol] Julio Caro Baroja*. Il disait que lorsque lui, Bourdieu,
n’était qu’un jeune sociologue, timide débutant dans
le forum des séminaires internationaux, l’anthropologue espagnol
l’avait chaperonné dans cet univers qu’il jugerait plus tard
exhibitionniste et quelque peu poussiéreux, pour qu’il ne se
fasse pas plus d’ennemis que ce qui était strictement nécessaire.
Il avait sa manière à lui, inimitable, de nous dire
avec une vraie gentillesse que les choses ne pouvaient pas être
pires. Et il était convaincant.
*
On peut lire de lui en français : "Le Mythe du caractère
national", PUF, 2001.
** Directeur adjoint d’"El País", chargé des relations
internationales. Il a collaboré notamment à l’ouvrage
(dirigé par Jean-Noël Jeanneney) "Les Stéréotypes
nationaux en Europe", Odile Jacob, 2000.
Muere
el sociólogo Pierre Bourdieu, activo militante contra el
liberalismo económico.
Fundó
una escuela de pensamiento crítico con la modernidad.
El
Pais, Jueves, 24 de enero de 2002 - EFE,
París
El
sociólogo francés Pierre Bourdieu, uno de los más
influyentes en la disciplina durante las últimas décadas
y activista contra el liberalismo económico, murió
ayer a los 71 años de cáncer en el hospital Saint
Antoine de París, según ha informado su colega y colaborador
Patrick Champagne.
Catedrático
de Sociología en el Colegio de Francia de París desde
1981, Bourdieu se hizo conocido en los años 60 con diversos
estudios sobre los mecanismos de construcción de la desigualdad
social como Les Héritiers, en el que se hacía
una crítica fundamental contra la enseñanza universitaria.
Una
de las primeras autoridades en reaccionar a la muerte de Bourdieu
ha sido el primer ministro, Lionel Jospin, que lo ha recordado como
“un maestro de la sociología contemporánea, una gran
figura de la vida intelectual de nuestro país” y un hombre
que “vivió personalmente la dialéctica entre el pensamiento
y la acción”.
Nacido
en agosto de 1930 en el pequeño pueblo pirenaico de Denguin
en una familia de agricultores, Bourdieu estudió filosofía
y comenzó su carrera profesional como profesor de instituto,
trabajo que le llevó a Argelia a finales de los años
50.
Allí
realizó diversos estudios antropológicos sobre la
que entonces era todavía una colonia francesa, y en particular
sobre la región de la Cabilia.
El
sociólogo fue a comienzos de los años 60 a París,
donde sería director de estudios de la Escuela de Altos Estudios
en Ciencias Sociales de 1964 a 1980.
Investigó
de cerca autores como Marx, Sartre, Merleau-Ponty o Husserl y mantuvo
contactos con el estructuralismo floreciente en los 60, del que
le atrajeron su preocupación por el lenguaje y su vocación
etnológica.
El
ejercicio de la enseñanza le llevó a reflexionar sobre
el sistema educativo, lo que se tradujo en libros como La Reproduction,
Les Regles de l’art, Noblese d’Etat, o muy particularmente
La Distinction, donde analizaba los mecanismos culturales
de diferenciación social, más allá de los puramente
económicos, que habían ocupado a los autores marxistas.
Conforme
fue avanzando en su carrera académica, Bourdieu se implicó
cada vez más políticamente con movimientos alternativos
de izquierda y llegó a apoyar en 1980 la candidatura a la
presidencia de la República del humorista Coluche, que al
final no se consumó.
Dentro
de su faceta de activista político, uno de sus libros más
conocidos fue La Misère du monde de 1993, donde denunciaba
el sufrimiento social, y en 1996 fundó la asociación
Liber/Raisons d’agir que editaba libros en los que se cuestionaba
el liberalismo.
Bourdieu
reflexionó en los últimos años sobre el papel
de los medios de comunicación y la responsabilidad de los
periodistas en la construcción de una realidad dada por supuesta
de forma acrítica, y fruto de ese trabajo fueron estudios
como L’emprise du journalisme o Sur la télévision.
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