ALLECIÓ
EN París Pierre Bourdieu y con él se fue una de las
mentes más lúcidas del pensamiento intelectual contemporáneo.
El
llamado sociólogo de todos los combates y crítico incansable
contra las diferentes manifestaciones del neoliberalismo, falleció
de un cáncer a los 71 años de edad, dejando una vasta
obra y una escuela sociológica moderna, considerada por sus
discípulos como de verdadera "revolución simbólica",
análoga a la de otras disciplinas como la filosofía,
la psiquiatría, la música y la pintura.
"La
liberación del hombre es posible mediante el conocimiento",
decía Pierre Bourdieu y en esa sentencia —aunque él
era contrario a cualquier reduccionismo— pudieran resumirse las dimensiones
de sus preceptos.
Bourdieu
proponía ya en los años cincuenta una manera nueva de
asumir el mundo de la sociología, otorgándole una función
indispensable a las llamadas estructuras simbólicas, integradas
estas por la educación, la cultura, la literatura y el arte.
Más tarde, los llamados "medios masivos" y la política
centraron su preocupación mayor. En la última década
del pasado siglo alcanzó gran popularidad con su postura crítica
frente a los procesos de mundialización liberal, bandera que
mantuvo en tremolina sin dejarse desconcertar tras el derribo de aquel
Muro, que de la noche a la mañana pareció cerrarles
las puertas de la reflexión a otros pensadores.
Su
vida no estuvo solo marcada por las andanzas de un investigador excepcional
con alto reconocimiento mundial, sino que, al mejor estilo de Zola
y de Sartre, fue también un intelectual de activa participación
en los problemas de su tiempo. Durante los grandes movimientos de
protesta del otoño de 1995, Bourdieu se puso al lado de los
ferroviarios de su país, criticando una reforma que pretendía
consagrar "la racionalidad contable por encima de la racionalidad
humana".
Tuvo
muchos seguidores, pero también enemigos que trataron de vilipendiarlo
llamándolo "marxista vulgar".
No
era ni lo uno ni lo otro, aunque es innegable que en su obra se encuentran
asociaciones de conceptos que hacen pensar en un perspicaz ejecutante
de la dialéctica de Marx, asumida esta acorde con nuestros
tiempos. "Es necesario ofrecer sólidas bases teóricas
a aquellos que tratan de comprender y cambiar el mundo contemporáneo",
afirmaba cuando ya se sabía un elegido de la muerte, y sin
embargo continuaba dedicando sus últimas energías a
combatir el neoliberalismo en todas sus formas.
En
1999, Bourdieu se reunió con representantes de las grandes
productoras mundiales del cine y de la televisión y les preguntó
si sabían realmente lo que hacían y las consecuencias
culturales que estaban ocasionando con sus empeños comerciales.
Sin pelos en la lengua les dijo que contrario al feliz concepto de
universalizar la cultura, la llamada "mundialización"
asumida por ellos no era más que una vulgar sumisión
a las leyes del mercado ("Los productos kitsch de la mundialización
comercial, lo mismo el jean que la Coca Cola, o los filmes banales,
en los cuales los autores pueden ser lo mismo italianos que ingleses,
nada tienen que ver con el concepto de cultura internacional").
En
aquella reunión memorable, de la cual dimos cuenta en estas
mismas páginas y que hoy recuerdan en el mundo los admiradores
del sociólogo francés, este aclaró que era un
error mayúsculo tratar de relacionar el problema, "como
a menudo se hace" tal si fuera un enfrentamiento entre la mundialización,
representada por el poder económico amparado en conceptos de
progreso y modernidad, y un nacionalismo atado a formas arcaicas de
la conservación de la soberanía.
"En
realidad se trata —dijo mirando a la cara de sus interlocutores— de
una lucha entre una potencia comercial, interesada en extender al
universo los intereses particulares y comerciales de aquellos que
la dominan, y una resistencia cultural, fundada en la defensa de unas
obras que han dejado de ser patrimonio de diversas nacionalidades
para convertirse en valores de la humanidad".
Se
fue el profesor Bourdieu, víctima de esos arrebatos irremediables
de la naturaleza. Hoy muchos de sus amigos y seguidores lo recuerdan
como un intelectual dulce y amable, paradójicamente exquisito,
no obstante ser un peleador.
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