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Desde
la muerte de Michel Foucault, en 1984, y sobre todo la de Jean-Paul
Sartre (hace ya más de veinte años, en 1980), nadie
encarnaba mejor que este sociólogo la figura del "gran intelectual
comprometido", militante incluso, tan cara a la tradición francesa.
uerto
a los 71 años el jueves 24 de un cáncer, Bourdieu se
había convertido en una suerte de adalid de la "izquierda de
la izquierda" (más social que partidaria), especialmente a
partir de las huelgas que en diciembre de 1995 paralizaron Francia
durante más de un mes. En esa ocasión Bourdieu llegó
a convertirse incluso en un "personaje popular", después de
que, a la manera de Sartre, tomara la palabra ante un auditorio de
trabajadores ferroviarios en huelga movilizados contra los planes
de reestructuración del Estado y del sistema de seguridad social
que conducía el gobierno derechista de entonces. El peso de
Bourdieu en esas movilizaciones sociales "históricas" -Francia
no había conocido un movimiento de ese tipo, tan radicalmente
crítico, desde mayo del 68- trascendió mucho a ese acto
simbólico (la participación directa de los intelectuales
en huelgas o agitaciones obreras, un "hábito" décadas
atrás, había entrado en desuso desde los años
ochenta). Él mismo estuvo entre los convocantes y principales
animadores de los Estados Generales del Movimiento Social, una iniciativa
-de corte político en sentido amplio pero por fuera de los
partidos- que apuntaba a "una integración transversal de los
diferentes componentes de la sociedad civil", según recordaba
en estos días la activista social Annie Pourre (véase
entrevista en página 18).
En los años previos, Bourdieu había dado participación
a militantes sociales, obreros, sindicalistas, representantes de los
excluidos, de los desocupados, de los jóvenes de las periferias
urbanas, y en general a todos los "desheredados de la modernidad"
que "tenían algo para decir" sobre su malestar, su sentimiento
de rechazo y de verse rechazados por la sociedad, en trabajos sociológicos
coordinados por él. Fue el caso de La miseria del mundo, un
libro de 1993 que alcanzó el estatuto de best-seller.
Abanderado de la crítica a las estructuras de poder -los "sistemas
simbólicos de dominación", sean massmediáticos,
académicos, artísticos, políticos- en una época
de consenso rampante, Bourdieu atrajo las iras de todos aquellos a
los que fustigaba: otros intelectuales, dirigentes políticos,
periodistas. El "sistema Bourdieu" hasta fue centro de dossiers de
portada de diversas publicaciones. La revista L'Esprit llegó
a denunciar la "práctica deliberada de la mentira" en que incurrirían
Bourdieu y sus seguidores en el marco de sus intentos de "caporalización
de la vida intelectual". La investigadora Jeanine Verdès Leroux,
exmilitante comunista y, sobre todo, exintegrante de los círculos
más allegados al sociólogo, publicó a su vez
un opúsculo de título elocuente: "El sabio y la política,
ensayo sobre el terrorismo sociológico de Pierre Bourdieu".
Y es que la contracara del hecho de haber quedado prácticamente
como uno de los pocos defensores de un "pensamiento crítico",
más aun con vocación de intervención directa
en los conflictos sociales, llevaron a que Bourdieu y sus colaboradores
más directos fueran vistos en ciertos medios como integrantes
de un "reducto de sectarios" (véase, por ejemplo, el artículo
de Jacques le Goff en página 18).
EL INTELECTUAL COLECTIVO. "Lo que yo defiendo es la posibilidad y
la necesidad de que haya intelectuales críticos. No hay democracia
efectiva sin un contrapoder crítico", escribía Bourdieu
a mediados de los años noventa. En realidad, toda su obra,
desde la más "puramente académica" de sus comienzos
en los años sesenta hasta la más marcada por las "urgencias"
sociales y políticas de sus trabajos más recientes,
estuvo marcada por ese sello crítico, o hipercrítico.
Pero con la profundización de la brecha social en una Francia
que veía por un lado la multiplicación de los "nuevos
pobres" y por otro la concentración cada vez mayor del poder
económico, todo en medio de una "uniformización del
pensamiento bajo la égida neoliberal", según él
mismo definiera, la prosa de Bourdieu se fue haciendo menos hermética.
La miseria del mundo, señalaba tras la muerte del pensador
el dirigente de la asociación Derecho a la Vivienda Jean-Baptiste
Eyraud, "fue el primer intento de un gran intelectual, un gran científico,
por teorizar la exclusión. Él ayudó a llevar
este problema al primer plano. Otros intelectuales lo siguieron, y
recién después llegaron los políticos". "Todo
mi libro es un esfuerzo para reencontrar la espesura de la realidad
social y hacer resurgir los dolores que se ocultan en ella", comentaba
Bourdieu en aquellos años. De antes (1991, con Los intelectuales
y el poder) datan tal vez sus más mordaces ataques a aquellos
pensadores seducidos por el "pensamiento único" (un concepto
que ayudó a acuñar); y de un período posterior
(con Sobre la televisión y Los perros guardianes) su rigurosa
crítica a los medios de comunicación -en especial a
la televisión- y a los periodistas, convertidos en ejemplo
de un "sistema simbólico de dominación particularmente
eficaz".
Entre tanto, Bourdieu había ido forjando "herramientas de intervención
para poner al servicio del movimiento social los trabajos de sociólogos,
psicólogos, economistas e historiadores": la creación
del colectivo Raisons d'agir (Razones para la acción) y de
la editorial Liber-Raisons d'Agir. "Lo que procuro -escribía
entonces- es romper la frontera entre trabajo científico y
militancia, rehabilitando la polémica." O aun: "De lo que se
trata es de no dejar el trabajo científico en el vestuario
y servirse de él como arma política". "Yo mismo -confesaba-
fui víctima durante años de ese moralismo de la neutralidad,
del no implicarse, de la no-intervención del científico,
como si se pudiese hablar del mundo social sin ejercer la política."
Rehabilitar la figura del "militante científico", expresión
cara a Michel Foucault -"intelectual colectivo", la llamó él-,
fue una de las preocupaciones centrales de Bourdieu. Raisons d'Agir
devino su medio de intervención privilegiado, con la divulgación
de trabajos sobre el racismo, la exclusión social, los medios
de comunicación, la desocupación, la universidad, la
globalización.
Armas políticas directas fueron también sus intervenciones
públicas (ante obreros en huelga, pero también en cárceles,
hospitales, ante campesinos, ante colectivos de "sin domicilio fijo")
y los diversos manifiestos que inspiró o directamente redactó.
En uno de ellos, de 1998, que publicó en el diario Le Monde
y tituló "Por una izquierda a la izquierda de los izquierdistas",
acusaba a la alianza socialistas-comunistas-verdes gobernante en Francia
de "practicar una política de derecha en todos los planos".
Fue tal la repercusión masiva de los "libros de intervención"
lanzados por Raisons d'Agir que en 1998 el semanario L'Évènement
du Jeudi tituló una cobertura especial que le consagró:
"Sartre murió, Aron murió, pero Bourdieu está
en plena forma". Reputado por su "pesimismo", él veía
su "éxito de público" como un signo de que se estaba
ante uno de esos "momentos de inflexión que invitan a pensar
que se pueden hacer cosas distintas y romper con ese fatalismo que
tanto mal ha hecho y ha ayudado a sumir en el más profundo
de los desarraigos y de las sumisiones a masas crecientes de excluidos".
Un fatalismo al que -decía- han contribuido también
intelectuales, medios de comunicación y políticos que
"claman por doquier que 'no hay otra política y otra línea
económica posible' que las que ellos mismos practican". "El
fatalismo de las leyes económicas -agregaba- esconde en realidad
una política. Pero se trata de una política paradójica
porque apunta a despolitizar: es una política que, liberándolas
de todo control, apunta a darles a las fuerzas económicas un
poder fatal. Y, al mismo tiempo, busca obtener la sumisión
de los gobiernos y de los ciudadanos a las fuerzas económicas
y sociales liberadas mediante ese método."
Los
aportes académicos
Por una
sociología reflexiva
Diego
Sempol.
Semanario Brecha (Montevideo-URU), Sociedad, Sumario no. 844,
1 de febrero de 2002.
El
aporte al pensamiento contemporáneo del investigador francés
muerto la semana pasada se centró en comprender la acción
de los sujetos sociales y delimitar las diferentes formas de dominación
que existen en la sociedad contemporánea.
a
sociología ha recorrido muchas sendas durante el siglo xx,
pero sin lugar a dudas Pierre Bourdieu marcó toda una era en
esta disciplina, al intentar hacer de las prácticas humanas
el centro de su teoría.
Bourdieu nació en Dengvin, sur de Francia, en 1930. Asistió
al prestigioso colegio parisino Louis le Grand en 1950-51 y obtuvo
la agrégation en filosofía en la École Normale
Supérieure. A partir de su experiencia docente en Argelia,
donde entró en contacto directo con una de las más cruentas
experiencias colonialistas francesas, se interesó por la sociología
y la antropología. A mediados de la década del 60 deviene
director de estudios en la École des Hautes Études en
Sciences Sociales y director de la European Sociology. En 1982 fue
finalmente elegido para ocupar la Cátedra de Sociología
en el Collège de France.
Cuando el jueves 24 moría a raíz de un cáncer,
a los 71 años, dejaba tras de sí una vastísima
producción que incluye más de un centenar de obras éditas
acopiadas durante largos y prolíficos años de investigación.
Su teoría tiene una fuerte influencia tanto del marxismo como
de Emilio Durkheim y Max Weber y puede ubicarse como un intento de
navegar en la tensión entre los postulados subjetivistas (que
se centran exclusivamente en el individuo) y los objetivistas (que
ponen el acento en las estructuras sociales buscando lo homogéneo).
Su llamado "constructivismo estructuralista" no es otra cosa que un
intento de mixtura de ambas posturas. "Hablo de estructuralismo porque
considero que existen en el mundo social estructuras objetivas independientes
de la conciencia y la voluntad de los agentes, que son capaces de
orientar o contener sus prácticas y representaciones. Mientras
que con constructivismo quiero afirmar que hay esquemas de percepción,
pensamiento y acción que los agentes desarrollan y que deben
ser retenidos por la sociología para dar cuenta de las luchas
cotidianas individuales y colectivas que apuntan a conservar o transformar
las estructuras", definió.
Durante su primera etapa de producción académica trabajó
con Jean-Claude Passeron, publicando las exitosas obras Los Herederos
y La Reproducción, en las que analizan las formas de reproducción
social en el sistema educativo a partir de la comprobación
de la perpetuación de la desigualdad social en el universo
escolar. Un segundo período se abre a partir de la década
del 70, momento en que Bourdieu comienza a interesarse por la lógica
de la acción del sujeto social, en tanto resultado de prácticas
socialmente codificadas que expresan al mismo tiempo tanto la incorporación
de las estructuras del mundo social como comportamientos impredecibles
y creadores.
Es allí cuando forja la noción de habitus, piedra angular
de toda su ingeniería teórica sociológica. Aunque
es frecuente que muchos confundan habitus con las rutinas diarias
de los sujetos sociales, el pensador francés define ese concepto
como una suerte de "gramática de las acciones". El habitus
es en definitiva un sistema de esquemas para la elaboración
de prácticas concretas: la estructura social de la subjetividad.
La progresiva interiorización del mundo exterior que realizan
los sujetos sociales marca sus formas de percibir, sentir, hacer y
pensar en cierta dirección. Estas "disposiciones", si bien
son modificables en el transcurso de la existencia, están fuertemente
enraizadas y tienden a resistir el cambio marcando cierta continuidad
en la vida de una persona. Más aun, pueden trasponerse de una
esfera a otra, de tal forma que una "disposición" adquirida
en el marco de una experiencia familiar puede terminar influyendo
en el área profesional. Pero esa continuidad en la trayectoria,
para Bourdieu no es nunca igual a la que el sujeto representa conscientemente
en la llamada "ilusión biográfica", sino que es una
unidad que sólo puede reconstruir el sociólogo. Los
habitus individuales son completamente singulares, porque pese a que
hay clases de habitus (próximos en términos de existencia
y trayectoria) y habitus de clase, cada uno de ellos combina de manera
específica una diversidad de experiencias sociales. Los "principios
generadores" que éstos encierran buscan aportar una serie de
respuestas posibles a una gama de situaciones, a partir de un limitado
esquema de acción y pensamiento (lo que reproduce la estructura
social), pero también permiten la innovación cuando
se encuentran ante contextos inéditos.
La fijación en rastrear la predominancia de las estructuras
condujo a Bourdieu a descuidar el peso de las interacciones cara a
cara en los procesos de construcción de la realidad social.
El presupuesto de que "las interacciones esconden las estructuras
que allí se realizan y no constituyen más que la actualización
coyuntural de la relación objetiva" confiere a estos intercambios
un papel pasivo y poco relevante en su análisis. Esta prioridad
por los "aspectos objetivos" lo lleva a reeditar finalmente la dupla
explicativa apariencia-realidad, lo que provoca fuertes limitaciones
en su análisis de la construcción social al reducirla
a la oposición entre una realidad verdadera (objetiva) y una
falsa realidad (subjetiva), cuando un constructivismo más comprometido
podría tender a hablar de "realidades múltiples".
LA DIMENSIÓN SIMBÓLICA. Pero las acciones de los sujetos
suceden en un contexto social cargado de relaciones de fuerza entre
grupos sociales históricamente enfrentados. Para Bourdieu nada
es ajeno a esa lucha. La realidad social se construye también
a partir de los significados (las representaciones y el lenguaje),
dimensión simbólica que el sociólogo francés
considera clave para entender las formas de dominación social.
Éstas, dice, apelan a la naturalización y legitimación
de ciertas instituciones, que terminan finalmente siendo asimiladas
por los propios dominados. Las formas de control pierden así
su carácter arbitrario, contingente, y dejan de ser vistas
como susceptibles de ser transformadas. Este reconocimiento y desconocimiento
a la vez que viven los sujetos sociales respecto de las relaciones
de dominación en un momento dado son, para Bourdieu, el corazón
de la violencia simbólica que encierra toda forma de dominación.
Pero a su vez ese universo social poblado de luchas estaría
fragmentado en distintos campos, o esferas sociales, relativamente
autónomas, cada una de ellas caracterizada por mecanismos específicos
de capitalización de recursos que le son propios (económico,
artístico, político, periodístico, deportivo).
Por ello para este pensador, a diferencia de Marx, no existe una sola
clase de capital, sino toda una pluralidad de capitales (cultural,
político, etcétera) que marcan en el campo social formas
específicas de dominación. El carácter pluridimensional
de lo social trasluce siempre relaciones disimétricas entre
los individuos y grupos, algunas de las cuales llegan a ser transversales
a todos los campos, como la dominación de los hombres sobre
las mujeres. De todas formas existen puntos de contacto entre todos
ellos, así como campos de poder, espacios sociales en donde
se enfrentarían los diferentes tipos de dominantes: "un campo
de luchas por el poder entre detentores de poderes diferentes".
Buena parte de sus libros constituyen exploraciones de las formas
en que se diseñan estos campos, en los que se elaboran los
distintos habitus que forman parte del capital económico y
simbólico. En Homo Academicus (1984), La distinción
(1979) y La nobleza de Estado (1989) Bourdieu analiza las relaciones
existentes entre la educación, el gusto y las dinámicas
de poder, estableciendo las bases de una antropología de la
clase dominante francesa. En otros trabajos, como Las reglas del arte
(1995), se interesa en cambio por los valores y comportamientos de
los intelectuales, y, en La ontología política de Martín
Heidegger (1988), en las características de los discursos filosóficos.
La tarea es enorme y su contextualización de discursos sociales
llega incluso a tomar como objeto de análisis la propia sociología.
Con él nace en definitiva la llamada sociología reflexiva.
Bourdieu critica las teorías intelectualistas que no incluyen
en su análisis la relación existente entre los agentes
sociales y sus acciones. Caer en una "visión exterior" del
objeto de estudio provocaría, dice, una lectura homogénea
de sus características que en la realidad no contienen. Si
bien algunas de las acciones de un sujeto pasan previamente por niveles
de conciencia, muchas otras se ven influenciadas por las urgencias
de la vida propia y no pasan previamente por ningún discurso
analítico, sino que se rigen por una "lógica práctica".
Sin esa distinción, señala, el punto de vista reflexivo
del investigador que estudia la acción se "universalizaría"
a tal punto que terminaría adjudicando reflexiones a todos
los actores por igual.
Los períodos de crisis son momentos privilegiados para observar
la reflexión de los sujetos sobre sus actos, en tanto constituyen
momentos en que los "ajustes rutinarios" no se producen por sí
solos. Esta sociología de la práctica apuesta también
a deconstruir y tomar como objeto de análisis la propia práctica
del sociólogo. Para lograr un mayor grado de cientificidad
el investigador debe previamente determinar su relacionamiento con
el objeto de estudio a efectos de evitar desplazamientos de significados
personales a lo analizado. Esta suerte de "autosocioanálisis"
toma en cuenta los aportes de la etnología, que recalcan la
participación del investigador en las relaciones sociales que
observa. "El trabajo científico no se hace con los buenos sentimientos,
se hace con las pasiones. Para trabajar es preciso estar en cólera.
Pero es preciso también trabajar para controlar la cólera",
dijo. nBibliografía esencial
Es casi imposible citar todos los escritos y trabajos dirigidos por
Bourdieu, incluso dejando de lado sus artículos y ensayos.
Entre
sus obras más importantes se encuentran: Sociologie de l'Algérie
(1961), Le déracinement (con A Sayad, 1964), Les héritiers
(con JC Passeron, 1964), Un art moyen: essai sur les usages sociaux
de la photographie (con L Boltanski, R Castel y J Chamboredon, 1965),
L'amour de l'art (con A Darbel, 1966), Le métier du sociologue
(con JC Passeron y J Chamboredon, 1968), Pour une sociologie des formes
symboliques (1970), La reproduction (con JC Passeron, 1971), Esquise
d'une théorie de la pratique (1972), La distinction: critique
sociale du jugement (1979), Le sens pratique (1980), Ce que parler
veut dire (1982), Leçon sur la leçon (1982), Homo academicus
(1984), L'ontologie politique de Martin Heidegger (1989), Réponses:
pour une anthropologie réflexive (con L Wacquant, 1992), La
misère du monde (1993), Sur la télévision (1996),
La domination masculine (1998), Les structures sociales de l´économie
(2000), Pour un mouvement social européen (2001)
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