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  Pierre Bourdieu

 
   

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Pierre Bourdieu

 La muerte de Pierre Bourdieu
 El Sartre del fin de siglo.




Daniel Gatti
Semanario Brecha (Montevideo-URU), SOCIEDAD, Sumario no. 844, 1 de febrero de 2002.

 


  
Desde la muerte de Michel Foucault, en 1984, y sobre todo la de Jean-Paul Sartre (hace ya más de veinte años, en 1980), nadie encarnaba mejor que este sociólogo la figura del "gran intelectual comprometido", militante incluso, tan cara a la tradición francesa.

uerto a los 71 años el jueves 24 de un cáncer, Bourdieu se había convertido en una suerte de adalid de la "izquierda de la izquierda" (más social que partidaria), especialmente a partir de las huelgas que en diciembre de 1995 paralizaron Francia durante más de un mes. En esa ocasión Bourdieu llegó a convertirse incluso en un "personaje popular", después de que, a la manera de Sartre, tomara la palabra ante un auditorio de trabajadores ferroviarios en huelga movilizados contra los planes de reestructuración del Estado y del sistema de seguridad social que conducía el gobierno derechista de entonces. El peso de Bourdieu en esas movilizaciones sociales "históricas" -Francia no había conocido un movimiento de ese tipo, tan radicalmente crítico, desde mayo del 68- trascendió mucho a ese acto simbólico (la participación directa de los intelectuales en huelgas o agitaciones obreras, un "hábito" décadas atrás, había entrado en desuso desde los años ochenta). Él mismo estuvo entre los convocantes y principales animadores de los Estados Generales del Movimiento Social, una iniciativa -de corte político en sentido amplio pero por fuera de los partidos- que apuntaba a "una integración transversal de los diferentes componentes de la sociedad civil", según recordaba en estos días la activista social Annie Pourre (véase entrevista en página 18).

En los años previos, Bourdieu había dado participación a militantes sociales, obreros, sindicalistas, representantes de los excluidos, de los desocupados, de los jóvenes de las periferias urbanas, y en general a todos los "desheredados de la modernidad" que "tenían algo para decir" sobre su malestar, su sentimiento de rechazo y de verse rechazados por la sociedad, en trabajos sociológicos coordinados por él. Fue el caso de La miseria del mundo, un libro de 1993 que alcanzó el estatuto de best-seller.

Abanderado de la crítica a las estructuras de poder -los "sistemas simbólicos de dominación", sean massmediáticos, académicos, artísticos, políticos- en una época de consenso rampante, Bourdieu atrajo las iras de todos aquellos a los que fustigaba: otros intelectuales, dirigentes políticos, periodistas. El "sistema Bourdieu" hasta fue centro de dossiers de portada de diversas publicaciones. La revista L'Esprit llegó a denunciar la "práctica deliberada de la mentira" en que incurrirían Bourdieu y sus seguidores en el marco de sus intentos de "caporalización de la vida intelectual". La investigadora Jeanine Verdès Leroux, exmilitante comunista y, sobre todo, exintegrante de los círculos más allegados al sociólogo, publicó a su vez un opúsculo de título elocuente: "El sabio y la política, ensayo sobre el terrorismo sociológico de Pierre Bourdieu". Y es que la contracara del hecho de haber quedado prácticamente como uno de los pocos defensores de un "pensamiento crítico", más aun con vocación de intervención directa en los conflictos sociales, llevaron a que Bourdieu y sus colaboradores más directos fueran vistos en ciertos medios como integrantes de un "reducto de sectarios" (véase, por ejemplo, el artículo de Jacques le Goff en página 18).

EL INTELECTUAL COLECTIVO. "Lo que yo defiendo es la posibilidad y la necesidad de que haya intelectuales críticos. No hay democracia efectiva sin un contrapoder crítico", escribía Bourdieu a mediados de los años noventa. En realidad, toda su obra, desde la más "puramente académica" de sus comienzos en los años sesenta hasta la más marcada por las "urgencias" sociales y políticas de sus trabajos más recientes, estuvo marcada por ese sello crítico, o hipercrítico. Pero con la profundización de la brecha social en una Francia que veía por un lado la multiplicación de los "nuevos pobres" y por otro la concentración cada vez mayor del poder económico, todo en medio de una "uniformización del pensamiento bajo la égida neoliberal", según él mismo definiera, la prosa de Bourdieu se fue haciendo menos hermética. La miseria del mundo, señalaba tras la muerte del pensador el dirigente de la asociación Derecho a la Vivienda Jean-Baptiste Eyraud, "fue el primer intento de un gran intelectual, un gran científico, por teorizar la exclusión. Él ayudó a llevar este problema al primer plano. Otros intelectuales lo siguieron, y recién después llegaron los políticos". "Todo mi libro es un esfuerzo para reencontrar la espesura de la realidad social y hacer resurgir los dolores que se ocultan en ella", comentaba Bourdieu en aquellos años. De antes (1991, con Los intelectuales y el poder) datan tal vez sus más mordaces ataques a aquellos pensadores seducidos por el "pensamiento único" (un concepto que ayudó a acuñar); y de un período posterior (con Sobre la televisión y Los perros guardianes) su rigurosa crítica a los medios de comunicación -en especial a la televisión- y a los periodistas, convertidos en ejemplo de un "sistema simbólico de dominación particularmente eficaz".

Entre tanto, Bourdieu había ido forjando "herramientas de intervención para poner al servicio del movimiento social los trabajos de sociólogos, psicólogos, economistas e historiadores": la creación del colectivo Raisons d'agir (Razones para la acción) y de la editorial Liber-Raisons d'Agir. "Lo que procuro -escribía entonces- es romper la frontera entre trabajo científico y militancia, rehabilitando la polémica." O aun: "De lo que se trata es de no dejar el trabajo científico en el vestuario y servirse de él como arma política". "Yo mismo -confesaba- fui víctima durante años de ese moralismo de la neutralidad, del no implicarse, de la no-intervención del científico, como si se pudiese hablar del mundo social sin ejercer la política."

Rehabilitar la figura del "militante científico", expresión cara a Michel Foucault -"intelectual colectivo", la llamó él-, fue una de las preocupaciones centrales de Bourdieu. Raisons d'Agir devino su medio de intervención privilegiado, con la divulgación de trabajos sobre el racismo, la exclusión social, los medios de comunicación, la desocupación, la universidad, la globalización.

Armas políticas directas fueron también sus intervenciones públicas (ante obreros en huelga, pero también en cárceles, hospitales, ante campesinos, ante colectivos de "sin domicilio fijo") y los diversos manifiestos que inspiró o directamente redactó. En uno de ellos, de 1998, que publicó en el diario Le Monde y tituló "Por una izquierda a la izquierda de los izquierdistas", acusaba a la alianza socialistas-comunistas-verdes gobernante en Francia de "practicar una política de derecha en todos los planos".

Fue tal la repercusión masiva de los "libros de intervención" lanzados por Raisons d'Agir que en 1998 el semanario L'Évènement du Jeudi tituló una cobertura especial que le consagró: "Sartre murió, Aron murió, pero Bourdieu está en plena forma". Reputado por su "pesimismo", él veía su "éxito de público" como un signo de que se estaba ante uno de esos "momentos de inflexión que invitan a pensar que se pueden hacer cosas distintas y romper con ese fatalismo que tanto mal ha hecho y ha ayudado a sumir en el más profundo de los desarraigos y de las sumisiones a masas crecientes de excluidos". Un fatalismo al que -decía- han contribuido también intelectuales, medios de comunicación y políticos que "claman por doquier que 'no hay otra política y otra línea económica posible' que las que ellos mismos practican". "El fatalismo de las leyes económicas -agregaba- esconde en realidad una política. Pero se trata de una política paradójica porque apunta a despolitizar: es una política que, liberándolas de todo control, apunta a darles a las fuerzas económicas un poder fatal. Y, al mismo tiempo, busca obtener la sumisión de los gobiernos y de los ciudadanos a las fuerzas económicas y sociales liberadas mediante ese método."


Los aportes académicos
Por una sociología reflexiva

Diego Sempol.
Semanario Brecha (Montevideo-URU), Sociedad, Sumario no. 844, 1 de febrero de 2002.

El aporte al pensamiento contemporáneo del investigador francés muerto la semana pasada se centró en comprender la acción de los sujetos sociales y delimitar las diferentes formas de dominación que existen en la sociedad contemporánea.

a sociología ha recorrido muchas sendas durante el siglo xx, pero sin lugar a dudas Pierre Bourdieu marcó toda una era en esta disciplina, al intentar hacer de las prácticas humanas el centro de su teoría.

Bourdieu nació en Dengvin, sur de Francia, en 1930. Asistió al prestigioso colegio parisino Louis le Grand en 1950-51 y obtuvo la agrégation en filosofía en la École Normale Supérieure. A partir de su experiencia docente en Argelia, donde entró en contacto directo con una de las más cruentas experiencias colonialistas francesas, se interesó por la sociología y la antropología. A mediados de la década del 60 deviene director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales y director de la European Sociology. En 1982 fue finalmente elegido para ocupar la Cátedra de Sociología en el Collège de France.

Cuando el jueves 24 moría a raíz de un cáncer, a los 71 años, dejaba tras de sí una vastísima producción que incluye más de un centenar de obras éditas acopiadas durante largos y prolíficos años de investigación.

Su teoría tiene una fuerte influencia tanto del marxismo como de Emilio Durkheim y Max Weber y puede ubicarse como un intento de navegar en la tensión entre los postulados subjetivistas (que se centran exclusivamente en el individuo) y los objetivistas (que ponen el acento en las estructuras sociales buscando lo homogéneo). Su llamado "constructivismo estructuralista" no es otra cosa que un intento de mixtura de ambas posturas. "Hablo de estructuralismo porque considero que existen en el mundo social estructuras objetivas independientes de la conciencia y la voluntad de los agentes, que son capaces de orientar o contener sus prácticas y representaciones. Mientras que con constructivismo quiero afirmar que hay esquemas de percepción, pensamiento y acción que los agentes desarrollan y que deben ser retenidos por la sociología para dar cuenta de las luchas cotidianas individuales y colectivas que apuntan a conservar o transformar las estructuras", definió.

Durante su primera etapa de producción académica trabajó con Jean-Claude Passeron, publicando las exitosas obras Los Herederos y La Reproducción, en las que analizan las formas de reproducción social en el sistema educativo a partir de la comprobación de la perpetuación de la desigualdad social en el universo escolar. Un segundo período se abre a partir de la década del 70, momento en que Bourdieu comienza a interesarse por la lógica de la acción del sujeto social, en tanto resultado de prácticas socialmente codificadas que expresan al mismo tiempo tanto la incorporación de las estructuras del mundo social como comportamientos impredecibles y creadores.

Es allí cuando forja la noción de habitus, piedra angular de toda su ingeniería teórica sociológica. Aunque es frecuente que muchos confundan habitus con las rutinas diarias de los sujetos sociales, el pensador francés define ese concepto como una suerte de "gramática de las acciones". El habitus es en definitiva un sistema de esquemas para la elaboración de prácticas concretas: la estructura social de la subjetividad. La progresiva interiorización del mundo exterior que realizan los sujetos sociales marca sus formas de percibir, sentir, hacer y pensar en cierta dirección. Estas "disposiciones", si bien son modificables en el transcurso de la existencia, están fuertemente enraizadas y tienden a resistir el cambio marcando cierta continuidad en la vida de una persona. Más aun, pueden trasponerse de una esfera a otra, de tal forma que una "disposición" adquirida en el marco de una experiencia familiar puede terminar influyendo en el área profesional. Pero esa continuidad en la trayectoria, para Bourdieu no es nunca igual a la que el sujeto representa conscientemente en la llamada "ilusión biográfica", sino que es una unidad que sólo puede reconstruir el sociólogo. Los habitus individuales son completamente singulares, porque pese a que hay clases de habitus (próximos en términos de existencia y trayectoria) y habitus de clase, cada uno de ellos combina de manera específica una diversidad de experiencias sociales. Los "principios generadores" que éstos encierran buscan aportar una serie de respuestas posibles a una gama de situaciones, a partir de un limitado esquema de acción y pensamiento (lo que reproduce la estructura social), pero también permiten la innovación cuando se encuentran ante contextos inéditos.

La fijación en rastrear la predominancia de las estructuras condujo a Bourdieu a descuidar el peso de las interacciones cara a cara en los procesos de construcción de la realidad social. El presupuesto de que "las interacciones esconden las estructuras que allí se realizan y no constituyen más que la actualización coyuntural de la relación objetiva" confiere a estos intercambios un papel pasivo y poco relevante en su análisis. Esta prioridad por los "aspectos objetivos" lo lleva a reeditar finalmente la dupla explicativa apariencia-realidad, lo que provoca fuertes limitaciones en su análisis de la construcción social al reducirla a la oposición entre una realidad verdadera (objetiva) y una falsa realidad (subjetiva), cuando un constructivismo más comprometido podría tender a hablar de "realidades múltiples".

LA DIMENSIÓN SIMBÓLICA. Pero las acciones de los sujetos suceden en un contexto social cargado de relaciones de fuerza entre grupos sociales históricamente enfrentados. Para Bourdieu nada es ajeno a esa lucha. La realidad social se construye también a partir de los significados (las representaciones y el lenguaje), dimensión simbólica que el sociólogo francés considera clave para entender las formas de dominación social. Éstas, dice, apelan a la naturalización y legitimación de ciertas instituciones, que terminan finalmente siendo asimiladas por los propios dominados. Las formas de control pierden así su carácter arbitrario, contingente, y dejan de ser vistas como susceptibles de ser transformadas. Este reconocimiento y desconocimiento a la vez que viven los sujetos sociales respecto de las relaciones de dominación en un momento dado son, para Bourdieu, el corazón de la violencia simbólica que encierra toda forma de dominación. Pero a su vez ese universo social poblado de luchas estaría fragmentado en distintos campos, o esferas sociales, relativamente autónomas, cada una de ellas caracterizada por mecanismos específicos de capitalización de recursos que le son propios (económico, artístico, político, periodístico, deportivo). Por ello para este pensador, a diferencia de Marx, no existe una sola clase de capital, sino toda una pluralidad de capitales (cultural, político, etcétera) que marcan en el campo social formas específicas de dominación. El carácter pluridimensional de lo social trasluce siempre relaciones disimétricas entre los individuos y grupos, algunas de las cuales llegan a ser transversales a todos los campos, como la dominación de los hombres sobre las mujeres. De todas formas existen puntos de contacto entre todos ellos, así como campos de poder, espacios sociales en donde se enfrentarían los diferentes tipos de dominantes: "un campo de luchas por el poder entre detentores de poderes diferentes".

Buena parte de sus libros constituyen exploraciones de las formas en que se diseñan estos campos, en los que se elaboran los distintos habitus que forman parte del capital económico y simbólico. En Homo Academicus (1984), La distinción (1979) y La nobleza de Estado (1989) Bourdieu analiza las relaciones existentes entre la educación, el gusto y las dinámicas de poder, estableciendo las bases de una antropología de la clase dominante francesa. En otros trabajos, como Las reglas del arte (1995), se interesa en cambio por los valores y comportamientos de los intelectuales, y, en La ontología política de Martín Heidegger (1988), en las características de los discursos filosóficos.

La tarea es enorme y su contextualización de discursos sociales llega incluso a tomar como objeto de análisis la propia sociología. Con él nace en definitiva la llamada sociología reflexiva. Bourdieu critica las teorías intelectualistas que no incluyen en su análisis la relación existente entre los agentes sociales y sus acciones. Caer en una "visión exterior" del objeto de estudio provocaría, dice, una lectura homogénea de sus características que en la realidad no contienen. Si bien algunas de las acciones de un sujeto pasan previamente por niveles de conciencia, muchas otras se ven influenciadas por las urgencias de la vida propia y no pasan previamente por ningún discurso analítico, sino que se rigen por una "lógica práctica". Sin esa distinción, señala, el punto de vista reflexivo del investigador que estudia la acción se "universalizaría" a tal punto que terminaría adjudicando reflexiones a todos los actores por igual.

Los períodos de crisis son momentos privilegiados para observar la reflexión de los sujetos sobre sus actos, en tanto constituyen momentos en que los "ajustes rutinarios" no se producen por sí solos. Esta sociología de la práctica apuesta también a deconstruir y tomar como objeto de análisis la propia práctica del sociólogo. Para lograr un mayor grado de cientificidad el investigador debe previamente determinar su relacionamiento con el objeto de estudio a efectos de evitar desplazamientos de significados personales a lo analizado. Esta suerte de "autosocioanálisis" toma en cuenta los aportes de la etnología, que recalcan la participación del investigador en las relaciones sociales que observa. "El trabajo científico no se hace con los buenos sentimientos, se hace con las pasiones. Para trabajar es preciso estar en cólera. Pero es preciso también trabajar para controlar la cólera", dijo. nBibliografía esencial

Es casi imposible citar todos los escritos y trabajos dirigidos por Bourdieu, incluso dejando de lado sus artículos y ensayos.

Entre sus obras más importantes se encuentran: Sociologie de l'Algérie (1961), Le déracinement (con A Sayad, 1964), Les héritiers (con JC Passeron, 1964), Un art moyen: essai sur les usages sociaux de la photographie (con L Boltanski, R Castel y J Chamboredon, 1965), L'amour de l'art (con A Darbel, 1966), Le métier du sociologue (con JC Passeron y J Chamboredon, 1968), Pour une sociologie des formes symboliques (1970), La reproduction (con JC Passeron, 1971), Esquise d'une théorie de la pratique (1972), La distinction: critique sociale du jugement (1979), Le sens pratique (1980), Ce que parler veut dire (1982), Leçon sur la leçon (1982), Homo academicus (1984), L'ontologie politique de Martin Heidegger (1989), Réponses: pour une anthropologie réflexive (con L Wacquant, 1992), La misère du monde (1993), Sur la télévision (1996), La domination masculine (1998), Les structures sociales de l´économie (2000), Pour un mouvement social européen (2001)
   


Pierre Bourdieu

       
 

   
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