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lgunos
pudimos saber de Pierre Bourdieu, fallecido la semana pasada en Francia,
a través de sus obras primeras. Es el caso de El oficio de
sociólogo, esa rigurosa y original propuesta para ensamblar
lo teórico y lo empírico en la investigación.
Aquel libro haría historia en cuanto superación del
“metodologismo” en la investigación social, y mostraría
hasta lo insospechado las consecuencias que la epistemología
de Gaston Bachelard tenía en las ciencias sociales. El texto
fue una herida profunda para el empirismo dueño de las herramientas
utilizadas en la investigación.
Así accedimos a una de las propuestas más enriquecedoras
que la sociología ofreciera en la segunda mitad del siglo,
y que se fu construyendo gradualmente en la obra del autor francés.
Por curiosidad nos allegamos a su Mitosociología, su publicación
augural. Allí aparecía una de las preocupaciones que
luego iría madurando: la del rol de los intelectuales .
Es lo que más tarde Bourdieu formalizara en su teoría
de los campos, especialmente los de lo simbólico (la ciencia
y el arte). Allí se adentraría con audacia en un espacio
habitualmente negado: el análisis por los científicos
de su propio rol. “Objetivar al sujeto objetivante”, pedía
alguna vez en ese lenguaje a menudo abstruso por buscar el rigor.
Se trataba de que el investigador supiera de su propio condicionamiento
social, para así poner un límite a las tendencias a
representarse como si fueran hechos objetivos, lo que sería
sólo la perspectiva propia de su lugar en la sociedad. Y a
la vez, ubicarse dentro del campo de los intelectuales, de sus reglas
de juego y sus disputas por el poder, permitía advertir el
juego de estrategias propuesto por los diferentes actores.
Nada más lejos, entonces, de cualquier “neutralidad” que pudiera
adscribirse a los científicos sociales. Tampoco de la sola
referencia a la ideología como núcleo para entender
los comportamientos. El autor francés mostraba cómo
el poder hace su nido en todas partes.
La
educación en la mira
Buscó superar el “sentido común”: la ciencia produce
una objetividad que choca con las expectativas de los investigadores,
esos que a menudo confunden sus deseos con la realidad. Esto, tanto
para los de izquierda como los de derecha (y los fluctuantes). Su
análisis de la educación fue sin duda en esa dirección.
Trabajando también con J.Chamboredon y J.Passeron –sus compañeros
de investigación en los primeros años de producción–
nos legó su conocido La reproducción, acerca de las
funciones del sistema educativo formal.
Se ganó con ese libro muchos ataques. Los conservadores lo
acusaron de liquidar lo que de positivo tiene la educación
al fomentar la movilidad y el progreso social, dado que él
tendía a mostrar cómo la educación reproduce
al infinito los mismos lugares sociales, para lo cual incluso usó
la metáfora biológica del pelícano y sus huevos.
Desde la izquierda se lo atacó por inducir al quietismo, al
proponer una especie de resignación ante las funciones reproductivas
del sistema escolar.
Pero si se sigue con detalle al trabajo de Bourdieu y sus colaboradores
se verá cuánto guardaba de razón: contra los
bienpensantes que creen que la educación siempre es una promesa
de ascenso, mostró que es verdad que algunos ascienden, pero
mientras otros descienden.
La estructura se mantiene, aunque algunos actores cambian de clase
social. Por tanto, no se modifica la estructura de clases en tanto
tal. A la vez, aquellos que desde la izquierda lo atacaron por no
advertir en cuánto la escuela puede ayudar a la transformación
social, no parecían advertir que Bourdieu se preocupaba por
la reproducción de “lugares” sociales, no la de la ideología.
En el plano de esta última, sin duda que lo escolar abre cierto
espacio a la multiplicidad y la polémica. Pero ello no modifica
en nada su función reproductora en cuanto a lo socioeconómico
y la composición de las clases sociales.
También en este libro propuso la categoría de “violencia
simbólica” para aludir a la imposición de un arbitrario
cultural determinado. Por cierto que es imposible no apelar a alguno
(por ejemplo al configurar un currícula escolar), pero sin
duda ello nubla la advertencia de que se trata de la imposición
de un tipo determinado de mirada. Es decir: en tanto la escuela reproduce
el sentido común de los sectores sociales medios, enseña
y califica a los alumnos de acuerdo a ese rasero, que opera como un
callado “a priori” de la instrucción y de la evaluación.
Con
otros ojos
Hablando de apriorismos, fue Bourdieu quien logró mostrar cómo
el sujeto social opera de manera automática, no pensada, no
intencionalizada (en todo caso, haciendo coincidir la intención
con el condicionamiento incorporado). Siempre es útil para
el científico social ser cultivado: ello ayuda a superar determinadas
ingenuidades. Apelando a su bagaje intelectual Bourdieu mostró
que –de manera insospechada– un filósofo como Heidegger podía
ser muy fecundo para la Sociología.
Es que la crítica del filósofo alemán al sujeto
epistémico occidental –ese que pretende tener al mundo “ante
los ojos”– permitió pensar la cuestión del sentido práctico.
El sujeto actúa automáticamente, toma decisiones de
manera rápida, aparentemente impensada. Y ello sucede porque
está en una actitud práctico-operativa ante el mundo,
no una actitud teórica o contemplativa. De modo que importa
ver cómo se configura esa modalidad de actuación “introyectada”
por el sujeto.
De allí surgió la decisiva noción de “habitus”.
Esa predisposición a la acción ya tomada por el actor
a partir de su relación con la sociedad, y que lo lleva a responder
automáticamente ante situaciones nuevas pero homólogas.
Esta atención al mundo de lo práctico se advirtió
en las temáticas asumidas por Bourdieu: contra el academicismo
inoperante, atacó los prejuicios que no permitían sino
tocar temas previamente tildados de “importantes”. Los usos de la
moda o las comidas, fueron estudiados tanto como los inmigrantes o
el consumo de las bellas artes. Bourdieu fue sanamente transgresor
también en este ámbito.
El
sociólogo que reinventó su oficio.
La
Voz del Interior, Córdoba, Argentina, Domingo 27 de enero
de 2002.
ra
polémico y audaz. Fue contra todos los esquemas y antinomias que pudieran
crear dualidades. Creía que el intelectual tiene un papel central
en el cambio social. Atacó al neoliberalismo pero se colocó “a la
izquierda de la izquierda”. Fue crítico con los más críticos. Revolucionó
los estudios culturales y se convirtió en uno de los pensadores contemporáneos
más importantes de las últimas décadas.
Ahora será uno de los más trascendentes, luego de que el cáncer le
arrebatara el martes el último suspiro, a los 71 años, en el hospital
Saint Antoine de París.
En Francia, políticos e intelectuales lamentaron la pérdida del filósofo
y sociólogo francés que, a pesar de embestir siempre contra el “establishment
académico”, obtuvo su sincero reconocimiento.
Para los especialistas, el trabajo de Bourdieu cambió la forma de
observar al mundo social, y representó en este campo una “revolución
simbólica” análoga a la de otras disciplinas. La “violencia simbólica”,
eje de muchas sus obras, no se analizaba como una simple instrumentación
al servicio de la clase dominante, sino también como una práctica
que ejercen, a través de su rol, los distintos actores sociales.
Globalismo
Bourdieu publicó 25 libros y, en 1993, recibió la medalla de oro del
prestigioso Centro Nacional de Estudios Sociales de París. Allí volvió
a apelar a la movilización de los intelectuales como motores de cambio
de la sociedad contemporánea. “No hay democracia efectiva sin un verdadero
contra-poder crítico. El intelectual forma parte de este. Y la parte
más importante”.
Fue uno de los más férreos opositores a la globalización. Pero se
rehusó a a tener que definirla como “la sumisión a las leyes del mercado”,
a las que sólo se podía oponer “tal o cual forma de nacionalismo o
localismo cultural”. Lejos de ello, planteó la idea de un movimiento
social internacional, que comenzara en Europa.
Bourdieu creía que el fatalismo de las leyes económicas sólo producía
la inmovilización y la despolitización (apoyado en la concentración
de todas las especies del capital), e instaba a restaurar la política
como forma de recuperar espacios económicos, sociales y culturales.
No alcanzó a opinar nada sobre los cacerolazos argentinos, pero seguramente
se hubiera sorprendido de ver cómo éstos materializaron algunos de
sus anhelos.
1930. Nace en la localidad francesa de Denguin. Estudió en Pau, luego
en París. Consigue una agregatura en Filosofía.
1964. Es nombrado director de estudios de la Escuela Práctica de Altos
Estudios.
1981. Titular de la cátedra de sociología en el College de Francia.
1993. Medalla de oro en el Centro Nacional de Estudios Sociales.
Libros. Escribió 25. Entre ellos, “El oficio del sociólogo”, “Teoría
de la práctica”, “La distinción”, “La miseria del mundo”, “Las estructuras
sociales de la economía”.
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