El Concoro Internazionale de Locarno remonta y se eleva con ‘9 Doigts’, de F.J. Ossang, y ‘Good Luck’, de Ben Russell, dos películas que nos obligan a convivir con los sueños y con los somnolientos. Al final, despertamos con el ritmo lisboeta de Pedro Cabeleira y su ‘Verão Danado’
Los enfermos que definimos la vida como esa cosa que pasa entre festival y festival de cine, sabemos que este tipo de celebraciones equivale a una carrera de fondo. De resistencia. Un maratón, si se prefiere, que ante todo exige un uso sabio y comedido de las energías. La gracia no está en terminar primero, sino en llegar a la línea de meta manteniendo la vertical. Lo normal es que estos certámenes lleguen a los diez días, y lo normal es que a partir del sexto, sea vea quién va a lograrlo y quién no. Es como el legendario « Sacacorhos » del circuito de Laguna Seca, vertiginosa chicane diseñada por el mismísimo Diablo, en la que se ve quién ha ido ahí a pasárselo bien, y quién a ser campeón. Con esto en mente, pasamos de la línea imaginaria del temido sexto día, el punto de no-retorno, y como no podía se de otra manera, Locarno empezó a cobrarse víctimas.
A las cuatro de la tarde, emanan del teatro Kursaal unos vientos huracanados que ningún rechiste onomatopeico es capaz de acallar. Ahí está aquella señora, y aquel señor, y aquellos jóvenes… Con los ojos cerrados, todos ellos. Acurrucados en sí mismos, con una expresión facial que nos habla de paz en el universo… haciendo gala de una respiración cuya profundidad nos lleva al más cavernoso de los abismos. Se está proyectando 9 Doigts, film a concurso dirigido por F.J. Ossang, y cuya acción transcurre, principalmente, entre las claustrofóbicas paredes de un carguero que surca los océanos. Las olas arremeten con fuerza titánica contra el casco de la embarcación, y dicho choque encuentra su eco, para mayor gloria de esta proyección, en los ronquidos propagados desde el patio butacas.
Al principio, los más nerviosos protestan airadamente, en un vano intento por romper tan mágica sintonía entre película y audiencia. Al rato, hasta ellos se dan cuenta de que sin esta peculiar banda sonora, no se podría entender, en toda su plenitud, la propuesta de Monsieur Ossang, artista multi-disciplinar sobre el que debería ponerse la sospecha de que todo este show, el de la platea, haya sido, en realidad, una maniobra concebida y orquestada con total alevosía. Más tarde, en rueda de prensa, alguien osa preguntarle sobre el significado del título, de esos « 9 dedos ». Él, impasible, dedica una señora peineta a todos los periodistas ahí presentes, y sin cambiar la expresión, nos pregunta « ¿Cuántos dedos me quedan por mostrar? » Yo, que no puedo ni quiero contenerme, aplaudo. El hombre no podía dejarlo más claro: Es un nihilista. No cree en nada.
Ni en los buenos modales, ni en la razón, ni en las leyes fundamentales de la sintaxis. Por no creer, no cree ni en los títulos de crédito, sacra institución reducida a poco más que cenizas cuando él le pone las manos encima. Con Ossang rondando por Locarno, nada está a salvo. Los personajes de su película, por supuesto, son los primeros amenazados. Un grupo de gángsters transporta una misteriosa y peligrosa carga por todos los mares conocidos y por conocer. Lo que empieza como un thriller con aires de Jean-Pierre Melville, no tarda ni dos escenas en degenerar (en el mejor de los sentidos) en una odisea abstracta. Un elemento fuera de tiempo; un anacronismo marca de la casa… y ya estamos dentro. La vida es sueño. El cine, también. No se puede hablar de narración fragmentada porque en ningún momento hubo un hilo narrativo que destruir.
Ossang poco aporta al discurso fílmico que tantos años lleva pregonando, pero sigue incidiendo en él con la conciencia de un artista que no conoce límites. Al darnos cuenta, resulta que el océano era una masa de agua tarkovskyana con voluntad propia. A su alrededor, se levanta una niebla sensitiva que atrapa. Lo suyo, definitivamente, no es agua, sino esa escurridiza materia con la que construimos los sueños. Benditos los que roncan. Pasada hora y media, nos vemos a nosotros mismos engullidos por un vóritce meta-físico en el que resuena una pregunta; una duda de lo más estimulante: ¿soñamos en términos cinematográficos o es el cine el que bebe de los sueños? Ossang, ayuda: « El séptimo arte es el resultado de un mundo onírico con base real ». Gracias, aunque la respuesta, sospecho, sólo la tiene aquella señora, y aquel señor, y aquellos jóvenes…